25 de octubre de 2012

EL MALAGUEÑO QUE AYUDÓ A NACER A LOS ESTADOS UNIDOS



D. Bernardo de Gálvez
Para los juristas de Marbella don Antonio Gálvez es todo un referente. Amable y risueño,  dejó la jubilación para volver “al servicio activo” por la gran pasión que siente por su trabajo. De hecho  le gustaba darse una vuelta por los juzgados para hablar con los abogados cuando ya estaba jubilado e incluso echarles una manilla a los del turno de oficio compartiendo alguna perspectiva desde su experto punto de vista de veterano.
Dicho esto, si alguna vez tenéis la ocasión de hablar con él, puede que tengáis la suerte de que os cuente la historia de un antepasado suyo que, siendo casi un desconocido en España, es admirado y muy reverenciado en los Estados Unidos por su gran trabajo en conseguir la independencia de las entonces colonias británicas en América. Se trata de D. Bernardo de Gálvez.
 Nuestro ya histórico protagonista nació en la localidad malagueña de Macharaviaya en 1746 y pronto sintió la vocación militar. Tras múltiples hazañas y heridas por los distintos campos de batalla en los que se vio envuelta la España del siglo XVIII, el rey Carlos III lo envió a Norteamérica para ayudar a los rebeldes yankees a independizarse del imperio británico. Merece la pena destacar que el monarca español odiaba a los ingleses por las distintas humillaciones que estos le profirieron a España en esa época y que no reparó esfuerzos y gastos en combatirlos allá donde fuera, llegándose incluso a sacrificar la construcción de una de las torres de la catedral de Málaga, conociéndose desde entonces como “La Manquita”, para pasar ese dinero al esfuerzo bélico contra la “pérfida Albión”.

Cuando D. Bernardo de Gálvez llegó al nuevo escenario americano pronto se puso a la par de otros militares extranjeros que luchaban del bando rebelde, como por ejemplo el general La Fayette enviado por los franceses para combatir también a los británicos.  Su acción bélica más memorable fue el combate naval de Pensacola, tras la toma de los fuertes ingleses en el rio Misissipi, donde unos asustados militares americanos no se atrevían a entrar con sus barcos en una bahía donde podían embarrancar en los bajos arenosos y quedar a merced de los cañones enemigos. Gálvez no se asustó y con su histórica arenga -El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante para quitarle el miedo a los demás. ¡Y sino, yo solo!”- penetró en la rada de Pensacola con su bergantín “USS Galveztown” y consiguió una gran e importante victoria sobre los sorprendidos ingleses que ayudó a decidir la suerte de la campaña americana y donde capturó al general Campbell y al almirante Chester. El 19 de octubre de 1781, una vez terminada la guerra, cabalgó junto a George Washington al frente del desfile de la victoria que celebraba el nacimiento de los Estados Unidos entre los vítores y aplausos del pueblo norteamericano. 

De trato afable y simpático (debe ser cosa de familia) fue nombrado virrey de Nueva España en 1785 por el rey Carlos III, llegando a ser muy popular por su humanidad al llegar a pagar de su propio bolsillo los alimentos y ayudas para los necesitados de los desastres naturales de su región. Por supuesto esta popularidad le grajeo enemigos  envidiosos (algo muy típico entre la clase política española de todos los tiempos) que hicieron todo lo posible por acabar con él (igual que padeció nuestro gran Blas de Lezo tras la resistencia en Cartagena de India) acusándole de sospechosas acciones de rebeldía en la América colonial española que le costaron el cargo y que lo sumió en una enfermedad nerviosa que acabó con él.
Sin embargo, y a pesar del injusto maltrato recibido en su patria, en los EE.UU. fue reconocido como un gran héroe, bautizando incluso una ciudad con el nombre de su barco, Galveztown  en su honor (en la región de Pensacola precisamente). A día de hoy puede que sea un completo desconocido en España, pero en Estados Unidos tiene incluso una estatua frente a la de George Washington en el boulevard que hay frente al Congreso como reconocimiento a su destacado papel en la emancipación de las colonias americanas.

D. Antonio Gálvez
Por suerte la Armada española si que supo que entre sus filas hubo un gran héroe, y además de tener sus restos descansando en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernándo (Cádiz), envió al buque escuela “Juan Sebastían de Elcano” A-71 para rendir honores en Pensacola a tan insigne y valioso militar en junio del 2009, en un gran acto conmemorativo en el que los ciudadanos de Pensacola recrearon la batalla de su bahía y se vistieron con trajes de la época colonial para recordar a don Bernardo de Gálvez y en el que fueron invitados sus descendientes del siglo XXI, que curiosamente viven hoy en Marbella. Por desgracia don Antonio no pudo acudir a la cita por problemas de salud. seguro que le dio mucho coraje no estar en los EE.UU. ese día. Puede que también pensara ese mismo día que resulta curioso, y hasta molesto, que en el extranjero le sepan dar más valor a sus héroes y personajes ilustres (aunque solo estuvieran de paso) que en nuestra propia tierra. Y es que España es diferente.

Juan Cristóbal Ortiz

22 de octubre de 2012

NOCHES DE JACARANDA


(Artículo publicado en el diario SUR de 11 de octubre de 2012)
La primera vez que hizo su entrada en la librería acompañado de su inseparable perro de raza Gran Danés, los clientes se echaron a un lado con gesto entre el miedo y la curiosidad. El perro le llegaba casi al hombro, y él, a su vez, sobrepasaba la altura de todos pudiendo tomar fácilmente el libro más alto de las estanterías con solo alargar una mano. Su sonrisa  y modales denotaban una educación exquisita y solo el intenso rubor de su rostro daban el cante de que algo había detrás del rosado color, y que ese algo provenía de su adicción al líquido originario de Escocia. Arthur Corbet  era un aristócrata inglés que aterrizó en Marbella en la década de los 50 y del que se decía que su familia era, o había sido amiga de la de Winsthon Churchill. Corbet tuvo la feliz idea de comprar un chalecito que existía al borde de la carretera haciendo esquina a la hoy avenida de El Fuerte. Instaló en él la primera sala de fiestas de enjundia que tuvimos en la ciudad, después de El Boquerón de Plata, tablao flamenco propiedad de Magdalena Reñasco, conocida como “Maleni”. 
 La Jacaranda era otra cosa. A la elegancia nata de Arthur Corbet se unió el morbo que provocó en ese momento la aparición de la que se convertiría en su mujer en Gibraltar, una joven de gran belleza, altísima y con voz extraña: April Ashley, una de las primeras transexuales conocidas cuyo oficio anterior a la operación había sido marinero de barco británico. La pareja tomó por asalto la noche de Marbella con su recién inaugurado “Jacaranda”. La clientela espléndida que lograron, entre quienes estaban Audrey Hepburn, Mel Ferrer (por entonces matrimonio) Steward Grandger, Deborah Keer, Ray Milland y algún que otro más de la cinematografía mundial, junto a los bailarines Antonio y El Greco, hizo de su club el lugar preferido de nativos y cuantos empezaban a llegar a la ciudad. Legendaria fue la estancia de Sarah Churchill, hija del premier británico y cuyas anécdotas rebasan las líneas de este artículo. Baste decir que de tanto empinar el codo a Doña Sarah una noche se le acabaron las fuerzas y la encontraron abrazada a un árbol de la Alameda. Dijo al policía que la encontró, que lo estaba sujetando, pero tras muchos y repetidos excesos fue conminada a regresar a su país por la diplomacia española, por aquellos años impregnada como todo el Estado en la defensa de la moral.
Jacaranda fue muy importante en el inicio de nuestra vida cosmopolita. Al son de su orquesta que formaban cuatro marbelleros: Antonio Ruiz, Carlos Urbano, Paco Montero y Enrique Ruiz de la Herrán, además del cantante cubano T. de Robermar, los asistentes podían imaginarse emulando a Humphrey Bogart, cuando el pianista P. Montero entonaba el tema de “Casablanca”. Con su estilo colonial de muebles de mimbre en el patio y su profusión de plantas consiguió dotar de lo que se podría llamar cierto “romanticismo erótico” o al menos, liberado de las clásicas amarras que el sistema propugnaba y que debían, obligatoriamente conducir al matrimonio.
Mucho tuvo que ver en ello un fenómeno social con nombre femenino: la llegada de las suecas. Las delgadas, rubias y por lo general bellas nórdicas aparecieron en primer lugar en Torremolinos atraídas por el sol, las buenas ofertas turísticas y desde luego el intenso ardor varonil que se presuponía a  los hispanos del sur. Una vez que tal ardor les alcanzó de pleno repitieron estancia y ampliaron el perímetro. En Marbella tal vez lograron el cenit de su éxito y para enfado de muchas “novias” ya añejas en su relación, sirvieron de desahogo emocional y de su antítesis a varones todavía sumidos en la formación del espíritu nacional.
Jacaranda propiciaba con su ambiente la intimidad necesaria y el resto quizás tuvo origen en el caliente sol que parecía dar alas a la tan afamada libertad de las féminas del Báltico.
El recuerdo hoy de aquellas noches inflamadas de música, perfumes, y ¡ay!... una espléndida juventud que creíamos eterna lleva el nombre de tan preciosa flor: Jacaranda.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista





 

10 de octubre de 2012

SOCIEDAD RECREATIVA CASINO DE MARBELLA



(Artículo publicado en el Diario SUR del 4 de octubre de 2012) 
 
Posiblemente porque lo crematístico es lo que impera al día de hoy, al nombrar la palabra “casino”, muchos piensan en ruletas girando sin cesar y en la ansiedad de ver como la maligna bolita se detiene o no en el número elegido; en mesas para el Black Jack, en el Punto y Banca o el Póquer. Tal vez los muchos años en  que estuvieron prohibidos en España les confiera ese aire de ilusión como forma de ganar dinero, aunque la realidad sea otra muy distinta para los viciados en él. Hoy quiero recordar como los casinos primeros nacieron con vocación de punto de encuentro de la sociedad local, por lo general de la más influyente, lugar donde las relaciones sociales se creaban, mantenían, incluso cambiaban a veces de rumbo. La mayoría de los casinos españoles del pasado siglo ofrecieron, especialmente al hombre, la posibilidad de llenar un vacío en sus horas de asueto, hacer amigos, discutir acaloradamente sobre el momento político o el fútbol y distanciarse de forma –por elegante, aceptada- de muchos ratos familiares para los que los varones de entonces eran una auténtica calamidad.
 Dada, como verán, su importancia, creo necesario traer a estas líneas una breve semblanza del Casino de Marbella, o como se llamó oficialmente de la Sociedad recreativa Casino de Marbella. Quizás muchos de los que hoy lo disfrutan hayan olvidado quien fue su creador. El tiempo, ya dije una vez que es el gran borrador de la historia, especialmente de quienes no ganaron o perdieron guerra alguna. Pues bien, en 1919, apareció en la ciudad un capitán de Carabineros que había participado en la Guerra de Cuba y al que después de años de servicio destinaron a Marbella. Se llamaba Don Enrique del Castillo, y al parecer poseía entre sus dones gran facilidad para hacer amigos, una excesiva vitalidad e inconformismo que le impedía ceñirse solo al cumplimiento de sus obligaciones castrenses. Tales virtudes empujaron a Don Enrique en breve tiempo a crear el clima adecuado entre los nativos para que se uniesen y fundar juntos la citada Sociedad en 1920. En su primera junta directiva estuvieron, entre otros, don José Domínguez, don Eugenio Lima, don Manuel Zea, don Cristóbal Luna y don Antonio Montero.
Al principio el casino estuvo instalado en la Plaza de la Constitución (hoy de los Naranjos), en local alquilado, hasta que en 1926 el Ayuntamiento cedió una parcela en el lado poniente del paseo de la Alameda, lugar donde con acciones de los socios se levantó un edificio rodeado de terrazas. En julio de 1936 fue quemado junto a otros edificios emblemáticos, pero se reconstruyó en 1944, añadiéndole una planta en alto.
Durante los años en que Marbella vivió su tranquila existencia primigenia, entre huertas, campos y el pacífico mar, unido al recuerdo último de escaramuzas y venganzas tras el conflicto de la guerra civil, el Casino constituía –según lo expuesto- un lugar donde los pertenecientes a la parte influyente de la sociedad encontraban el relax y distracción casi única para hombres cuyo trabajo no les obligaba a ejercerlo de sol a sol. El cine se ha encargado de mostrarnos con acierto imágenes de hombres atildados entrando con el sombrero en mano, gabardinas o chaquetas lustrosas y una sonrisa complaciente a cualquier casino, presumiendo de antemano las horas agradables que desde el instante de abrir su puerta pasarían en feliz comunidad.
Así ocurría en la Marbella anterior al Turismo. Hasta principio de los 60, unificados voluntaria o involuntariamente los criterios políticos, el ser o no ser socio del Casino denotaba la escala en la que cada jefe de familia estaba situado. A pesar de que la cuota a pagar era mínima hubo una gran parte del elenco masculino que no se atrevió a solicitar la admisión por miedo al rechazo, aunque éste viniese enmascarado de piadosas mentiras justificativas. Cada uno sabía muy bien cual era su lugar exacto en una ciudad en la que todavía el poderoso factor de igualdad que el hecho turístico ayudó a construir no había aparecido en el horizonte. De hecho en los años anteriores a los 60 quienes sí modificaron reglas fueron los veraneantes españoles que, en su mayoría pertenecían a la alta burguesía y por tanto fueron bien recibidos en la sociedad recreativa. Médicos, ingenieros, periodistas, financieros…gente que tenían su economía saneada hasta el punto de poder alquilar, incluso comprar vivienda en Marbella y disfrutar de un largo verano. Gente a las que les apetecía introducirse entre lo que consideraban más granado de nuestra población de entonces. A su modo fueron una especie de prefacio de lo que nos esperaba ; tuvieron la suerte de disfrutar la ciudad casi en su esencia, más espontánea, más sencilla, con un alto grado aún de autenticidad.
Inolvidables fueron las célebres verbenas de Agosto, con concurso de disfraces en los que se fraguaron noviazgos al son de Machín, Los Panchos o Armando Manzanero. Resultaba difícil en las noches en las que el jazmín explotaba no sucumbir al encanto de una falsa pero guapa hawaiana o una china con su amago de kimono y palillos engarzados en el moño . Los Sevillano, Amoedo, Del Campo, Quiroga, Reque, Garrido, Herrero, Soria y otros veraneantes guardaron una larga fidelidad a la ciudad, al Casino y su gente.
Su pervivencia indica la necesidad y el éxito de su creación. A pesar de su todavía resto de machismo encubierto, el Casino es una institución en la que perviven rasgos de nuestra idiosincracia  difícil de encontrar en tantos, demasiados, quizás, nuevos lugares.  
Ana María Mata
Historiadora y novelista

1 de octubre de 2012

MEDIA MARATÓN DE MARBELLA 2012

Unos lo hacen en 1 hora y 10 minutos, otros en 2 horas y 30 minutos. ¿Qué puede motivar a 1500 personas a echarse a correr un domingo de principio de otoño?

El resultado final -el tiempo invertido desde el pistoletazo de salida hasta cruzar la meta- ya lo he expuesto en la primera línea. Pero hay mucho, muchísimo más detrás de este "breve" periodo de tiempo.

Un día y otro, y otro más, así durante las últimas semanas, sales de tu casa con una motivación por encima de los acontecimientos que nos sacuden a diario. Bastan unas zancadas para traspasar la frontera de la realidad y, al ritmo de nuestro pulso, adentrarnos por la ruta elegida: para unos será por el campo, para otros junto al mar, o por las calles iluminadas de una ciudad que se despierta o bien se acuesta.

Poco a poco nos reconocemos y nos saludamos, un simple gesto de la cara o una mano levantada. Si dejas de ver a alguien durante unos días te preguntas qué le habrá pasado. No le conoces, pero compartes unos instantes que unen más que muchas horas.






La brisa en la cara, la humedad en la ropa, las gotas por el pelo, el sonido rítmico de las zapatillas con la gravilla del asfalto... sensaciones inigualables que te enganchan como la más adictiva de las drogas.






Poco a poco vas conociendo tu cuerpo, tus limitaciones, tus molestias, tus distracciones o tu capacidad de concentración. Te puedes sentir veloz como un caballo o lento como un elefante, pero en definitiva estás corriendo y te sientes libre.




Sea lo que sea, la familia va creciendo. No hay duelos ni batallas. Todos nos respetamos, sabemos lo que hay detrás de cada historia. Kilómetros, muchos kilómetros de esfuerzo y de alegría. Satisfacciones personales que nos mantienen felices y unidos.

 Ya son muchos los que voy encontrándome en el camino, los que me enseñan, me animan y me ayudan: Paco, Rosa, Pepe, Fede, Ignacio, Reyes, Sonia, Rocio, Nicolas, Lourdes, Encarni, Susana, Enrique, Juan, Jose, Elena, Manolo, Mami, Jesús, Oscar, Fernando, David, Antonio...y muchos, muchos, más. Pero quiero dar dos agradecimiento especiales: a la familia Primeguis por mantener vivo el espíritu de este deporte, y a Juan Moreno por engancharme a esto como solo él sabe hacerlo, sin prisas, casi de puntillas.


(Las fotos que acompañan este modesto texto corresponden a la Media Maratón de Marbella que se ha celebrado este domingo 30 de septiembre. Gran ambiente, buen tiempo -algo de calor y humedad tras los días previos de lluvias- y estreno de la primera parte del recorrido por el casco antiguo de la ciudad. Precioso.
Inesperádamente he rodado muy rápido desde el inicio y, rodeado de buenos corredores como Fernando y Oscar al principio, y despues compartiendo muchos kilómetros con Antonio, hemos mantenido un importante ritmo de 4'20" por km que me planteaba la duda de hasta donde iba a durar. En el bonito giro del espigón de Puerto Banús he dejado ir a Antonio -enhorabuena por tu espectacular marca- y he "regulado" a 4'30". Y así, sufriendo un poco más desde el avituallamiento del 16 he llegado a una meta llena de público donde las caras conocidas dan el último aliento para volver a terminar esta espectacular carrera en un tiempo de 1h 33min a 4'25/km )

Gracias a todos. Nos vemos en los caminos.


Arturo Reque Mata